En un artículo profundamente equivocado publicado en el Boletín de Científicos Atómicos, Zachary Kallenborn sostiene que el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPNW) es una amenaza para la humanidad. Para construir esta narrativa, Kallenborn no se limita a presentar la disuasión nuclear como un marco estable y útil para evitar guerras convencionales. Más bien, va más allá de los argumentos de disuasión común para afirmar que las armas nucleares frenan las guerras mundiales, lo que permite a las naciones trabajar juntas para abordar las amenazas existenciales. Nada mas lejos de la verdad.
La disuasión nuclear es un mito. La disuasión nuclear implica que un Estado mantenga una amenaza creíble de represalias para disuadir el ataque de un adversario. Esto se basa en demostraciones de la disposición y la capacidad de utilizar armas nucleares, una forma muy peligrosa de engaño que, a su vez, hace que los destinatarios aumenten su armamento y su retórica. Actualmente somos testigos de este tipo de escalada entre varios países poseedores de armas nucleares, que podría resultar en una guerra nuclear.
La disuasión nuclear depende de que los responsables de la toma de decisiones se comporten siempre racionalmente; aunque los distintos Estados y partes sopesen los valores, las amenazas y las posibles consecuencias de la misma manera, los líderes individuales no siempre se comportan racionalmente. Durante las últimas semanas de su presidencia, el comportamiento de Richard Nixon fue tan errático que James Schlesinger, Secretario de Defensa, ordenó al Estado Mayor Conjunto que ignorara cualquier orden de utilizar armas nucleares a menos que estuviera refrendada por él mismo y por el Secretario de Estado Henry Kissinger. Schlesinger no tenía autoridad para hacer esto, y no está claro que las instrucciones se hubieran llevado a cabo si Nixon hubiera ordenado el uso de armas nucleares. Tras su derrota electoral en 2020, el comportamiento de Donald Trump fue tan extraño que desencadenó preocupaciones similares en el general Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto. Pero el comportamiento problemático no es competencia exclusiva de los líderes estadounidenses. Boris Yeltsin, por ejemplo, tenía problemas con el alcohol, y la reciente retórica nuclear de los líderes rusos ha sido, como poco, preocupante.
Todos los líderes son capaces de tomar malas decisiones, y el estrés de una crisis militar, durante la cual puede que haya que tomar decisiones con una inteligencia limitada o defectuosa y en un plazo de tiempo muy reducido, aumenta la posibilidad de que un líder abandone la postura racional de que las armas nucleares no deben usarse nunca y cometa un error que sería fatal para la humanidad.
El supuesto general de la disuasión nuclear es que la existencia de armas nucleares puede continuar indefinidamente sin que nada salga mal, lo que conduce al aspecto más preocupante de la teoría: la falta de un plan B. En palabras de Melissa Parke, directora ejecutiva de la Campaña Internacional para la Abolición de las Armas Nucleares (ICAN), “la disuasión nuclear puede funcionar hasta el día en que deje de funcionar”. ¿Qué ocurre cuando falla la disuasión nuclear? El problema es que es imposible crear un plan para ese día. El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) lleva advirtiendo desde 1945 de que no puede haber una respuesta humanitaria adecuada ni siquiera a una sola explosión de un arma nuclear, por no hablar de los cientos o miles que podrían utilizarse en los conflictos actuales. En contra de la lógica nada realista de la disuasión, muchas organizaciones médicas y otros grupos de la sociedad civil, incluidos aquellos de los que formamos parte, vienen defendiendo, a menudo desde hace décadas, que la prevención es la única opción viable.
El argumento de que la disuasión nuclear ha mantenido seguro al mundo es sencillamente falso. Numerosos cuasi accidentes sugieren claramente lo contrario. Desde análisis académicos hasta una simple lista de incidentes conocidos de este tipo sólo en Estados Unidos, el mensaje es claro: hemos tenido suerte, más que inteligencia. Como declaró el Secretario General de la ONU, António Guterres, en la 10ª Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear en 2022: “La suerte no es una estrategia“.
Los cuasi accidentes no han desembocado en una guerra nuclear todavía. Pero las armas nucleares han sido causa de sufrimiento humano durante décadas. Además de los horrores de lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki, las armas nucleares ya han dañado a millones de personas en sus procesos de desarrollo y ensayo. De forma devastadora, los gobiernos de los países que poseen armas nucleares han perjudicado a su propia población, como la de Kazajstán y Estados Unidos, y a aquellas que tenían a cargo, como los pueblos indígenas de Australia, las Islas Marshall, Kiribati y Maohi Nui (Polinesia Francesa). Estas consecuencias humanitarias han proporcionado el impulso para la acción que se recoge en los artículos 6 y 7 del TPAN y en una resolución sobre justicia nuclear adoptada recientemente en la Asamblea General de la ONU. Sólo en 2022, el gasto mundial en armas nucleares fue de 83.000 millones de dólares, una cantidad que podría haberse invertido mejor en programas sociales y otras necesidades. Todos salimos perjudicados cuando se ignoran las necesidades sociales en favor de las armas de destrucción masiva.
Lo que el mundo necesita para hacer frente a otras amenazas existenciales
Kallenborn tiene razón en que el mundo se enfrenta a otras amenazas globales. Y aunque algunas de ellas -como las armas nucleares- tienen el potencial de acabar con la humanidad, incluido el impacto de un gran asteroide o una enfermedad infecciosa emergente, lo que es completamente diferente de las armas nucleares es que nosotros las hemos creado y, por tanto, podemos eliminarlas.
La mayoría de los Estados del mundo tienen acceso a los conocimientos y muchos a los medios para construir armas nucleares, pero no lo hacen. Estos países se abstienen de hacerlo porque no ven ningún valor en tener armas nucleares. Al contrario, reconocen la amenaza que supone poseerlas. Además, como parte de cualquier plan de abolición nuclear, se debería establecer un proceso verificable para garantizar que se han eliminado las armas nucleares existentes y que no se desarrollan otras nuevas, incluido a través del TPAN, con una autoridad internacional competente encargada de este proceso clave. El Sistema Internacional de Vigilancia de la Organización del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (IMS de la CTBTO), el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) y el propio Grupo Asesor Científico (SAG) del TPAN, creado el año pasado, están llevando a cabo una importante labor de verificación.
La eliminación de todas las armas nucleares y un sistema internacional concurrente de verificación y control darían lugar a un escenario mucho mejor que aquel en el que nos encontramos hoy. Incluso una hipotética situación en la que una nación hiciera trampas para fabricar algunas armas tras su eliminación total sería mucho menos peligrosa que la situación actual con un arsenal global de aproximadamente 12.500 cabezas nucleares, que podrían destruir el mundo una y otra vez.
El cambio climático es -como la guerra nuclear- una amenaza existencial urgente, ya que sus efectos son devastadores y podrían hacer inhabitables regiones enteras del planeta. Además, el cambio climático ya está exacerbando los conflictos debido al aumento de la escasez de alimentos y a las catástrofes naturales que desplazan a las poblaciones y paralizan las economías. Estos impactos se agravarán con el tiempo. En combinación con las armas nucleares, esta inestabilidad regional y mundial supone posiblemente la mayor amenaza para la humanidad, como ha dejado claro en repetidas ocasiones el Boletín de Científicos Atómicos con los ajustes temporales de su Reloj del Apocalipsis. En el momento de escribir este artículo, el reloj está a sólo 90 segundos de la medianoche.
El invierno nuclear se refiere al hecho de que incluso una guerra nuclear regional limitada, como por ejemplo entre India y Pakistán, desencadenaría una alteración climática global y una hambruna catastrófica. Kallenborn alude a esta amenaza potencial, pero intenta minimizar la importancia de los estudios sobre el invierno nuclear afirmando que existe una importante diferencia de opinión sobre este peligro en la comunidad científica. Va incluso más allá para advertirnos de que tales estudios están motivados por “sesgos y agendas políticas”. De hecho, el único estudio reciente del Laboratorio de Los Álamos que minimiza el alcance del cambio climático debido a la guerra nuclear bien podría estar motivado por una agenda distinta de la ciencia; este estudio ha sido refutado exhaustivamente. Increíblemente, Kallenborn propone que la respuesta a la amenaza de una hambruna nuclear mundial debería ser almacenar alimentos suficientes para alimentar a miles de millones de personas durante varios años y cita el ejemplo totalmente inapropiado del puente aéreo de Berlín de 1948 como el tipo de esfuerzo necesario.
La cooperación mundial, y no las amenazas de aniquilación, debe ser la base para hacer frente a todas las amenazas existenciales. Vivimos en un hermoso planeta con multitud de desafíos naturales y provocados por el hombre que exigen que nos alejemos de actitudes del tipo “nosotros contra ellos” y, en su lugar, cooperemos colectivamente para alcanzar la seguridad global de todos los seres humanos en nuestro hogar común. Para ello, no debemos normalizar los conflictos violentos en los campos de batalla ni las amenazas de destruirnos unos a otros. En su lugar, la competencia entre Estados debería reservarse a los campos de atletismo, los negocios y el comercio, y la búsqueda de logros científicos y artísticos.
La verdad sobre el Tratado de Prohibición Nuclear
Podría decirse que las mayores falsedades que Kallenborn promulga giran en torno al propio TPAN. Por un lado, el tratado no es una solución rápida que conduzca a una abolición repentina de las armas nucleares en el vacío. Más bien, el tratado es un instrumento que establece una norma jurídica que conducirá a un proceso que desembocará en la eliminación de las armas nucleares. El camino que hay que seguir para alcanzar este objetivo abordará, por sí mismo, el problema del conflicto de las grandes potencias y los conflictos regionales, así como el desarme seguro.
Se suele afirmar que la disuasión nuclear ha evitado que se produzca una guerra nuclear. Pero estuvimos al borde de la guerra nuclear varias veces durante la Guerra Fría, incluida la Crisis de los Misiles de Cuba, y esta afirmación sobre la disuasión ignora por completo el papel de los acuerdos internacionales en la reducción de las tensiones y la prevención de un conflicto nuclear. El proceso de creación de instrumentos de control de armamentos y desarme establece estructuras para recuperar la confianza y la verificación. En este sentido, en la última década se ha producido una erosión de la arquitectura del desarme, con la excepción del TPAN. Tal y como están las cosas, puede que pronto nos quedemos sin frenos en la carrera armamentística.
Como afirma el propio Kallenborn, “la mejor manera de reducir los riesgos de una guerra nuclear es asegurarse de que nunca ocurra en primer lugar.” Esa es precisamente la intención y la motivación de los 122 estados que negociaron el TPAN en 2017 y de un número aún mayor de estados que han votado a favor del Tratado en la Asamblea General de la ONU cada año desde entonces. Los nueve poseedores de armas nucleares y sus aliados son los que tienen que demostrar que existe una razón convincente, o de hecho algún derecho, para mantener al resto del mundo como rehén de sus armas nucleares. Kallenborn afirma que si se eliminan las armas nucleares, las grandes potencias desencadenarán la Tercera Guerra Mundial. En realidad, el proceso de eliminación de estas armas creará las condiciones necesarias para una relación más cooperativa entre las grandes potencias, al eliminar el problema más peligroso que las divide.
La verdad sobre la prohibición nuclear se expone en el texto del propio tratado, pero también en la Declaración recientemente adoptada como resultado de la Segunda Reunión de los Estados Parte del TPAN celebrada en Nueva York a finales del año pasado. La Declaración destaca la razón de ser de la prohibición, así como el camino a seguir.
La abolición es el único camino razonable
Las armas nucleares y las políticas actuales al respecto son, en palabras del difunto activista por la paz y el desarme nuclear Daniel Ellsberg, “vertiginosamente insensatas e inmorales“. Aspirar únicamente a reducir el daño o la posibilidad de daño que podrían causar las armas nucleares, en lugar de formar parte de un proceso para abolirlas, sencillamente, no es suficiente. Imaginemos que los que se oponían a la esclavitud no hubieran pretendido abolirla sino mejorar un poco la vida de las personas esclavizadas. En última instancia, la cuestión de la abolición nuclear no es sólo moral, sino existencial. Si no abolimos las armas nucleares, ellas nos abolirán a nosotros. John F. Kennedy lo dijo en las Naciones Unidas hace más de 60 años. Hagamos caso de sus palabras cuanto antes y, sobre todo, antes de que sea demasiado tarde.
Han contribuido también en la escritura de este artículo:
Kati Juva, Physicians for Social Responsibility (PSR) Finland, IPPNW
Frank Boulton, Medact (IPPNW UK)