Hace 58 años del día que cambió la historia de Palomares, esa pequeña pedanía de Cuevas de Almanzora que, desde el 17 de enero de 1966, convive con las secuelas de uno de los accidentes con armas nucleares más graves de la Guerra Fría.
Aquella mañana, un bombardero estadounidense B-52 chocó contra el avión nodriza que lo abastecía de combustible en una maniobra de repostaje. A consecuencia de la colisión, cayeron las cuatro bombas termonucleares que portaba, cada una de ellas 70 veces más potente que la de Hiroshima, con la suerte de que al no estar armadas no se produjo ninguna explosión nuclear. Pero dos de las bombas se precipitaron sin paracaídas y, a consecuencia del impacto, dispersaron su carga de plutonio contaminando Palomares.
La historia que siguió es conocida y no faltó, como suele suceder en la relación del poder con el armamento nuclear, el relato de la “hombría” que, en pleno franquismo, protagonizó el entonces ministro de Turismo e Información, Manuel Fraga, con su mediático baño. “Palomares, aguas limpias”, rezaba la portada de ABC apenas dos meses después del accidente. Con ella se daba carpetazo al tema, había que salvar los muebles y pasar página, pero el problema del plutonio no estaba en el agua, sino en la tierra, desde donde es inhalado en forma de polvo invisible y donde permanece casi seis décadas después.
La población no fue evacuada ni se les informó del peligro de la radiactividad, del mismo modo en que procedían las potencias nucleares con las poblaciones autóctonas de los lugares que elegían para probar sus bombas atómicas como Islas Marshall, Nevada o las tierras aborígenes australianas, entre otros. Poblaciones prescindibles lejanas a los centros de poder.
Estados Unidos organizó un simulacro de limpieza en el que participaron también vecinos apenas provistos de guantes y expuestos a la inhalación de partículas radiactivas para recoger restos de los aviones y de tierra. Hoy sabemos que solo se llevaron una mínima parte de la tierra, 4.810 barriles de 208 litros cada uno, dejando 50.000 metros cúbicos contaminados. Un buen escenario, como también se ha revelado gracias al trabajo de investigadores como José Herrera, para estudiar los efectos sobre la población de la exposición continuada a pequeñas dosis de plutonio, el Proyecto Indalo.
Sobre Palomares se cernió el silencio y el secretismo. La población, después de años de olvido, recibe con escepticismo las nuevas promesas de que la tierra va a ser limpiada. Tampoco se ha estudiado si existe relación entre los casos de cáncer y la radiación. Fue una investigación del New York Times la que puso el tema sobre la mesa en 2016: soldados norteamericanos que habían participado en la limpieza de Palomares reclamaban indemnizaciones tras enfermar de cáncer. De los 40 veteranos que identificaron, 21 padecían la enfermedad.
Un año más tarde, en 2017, la comunidad internacional se dotaba de un histórico Tratado que prohibía en su totalidad las armas nucleares, el TPAN, y que incluía en su articulado medidas para hacer frente a la impunidad y la injusticia que este tipo de armamento ha dejado en tantos lugares del mundo. El artículo 6 contempla medidas de asistencia a la población afectada por las armas nucleares y de restauración del medio ambiente en las zonas contaminadas, mientras que el artículo 7 insta a los Estados a la cooperación y la asistencia internacional.
El TPAN es el único tratado sobre desarme nuclear que incluye esta perspectiva humanitaria. Tal vez por eso, llama la atención que un país como España, que ha vivido en su propio terreno lo que supone el estigma nuclear, y que se posiciona a favor del desarme nuclear, siga dando la espalda a este Tratado.
En diciembre de 2023, hace poco más de un mes, los Estados Parte del TPAN se reunían por segunda vez en Nueva York para avanzar en la implementación del Tratado. Pese a los intentos para lograr que España asistiera como Estado Observador, no hubo más presencia española que la de las personas que acudimos de parte de la Alianza por el Desarme Nuclear. Fue una oportunidad perdida para España. Resulta difícil no pensar en nuestra propia historia cuando escuchas los testimonios del impacto que han tenido las armas nucleares sobre la vida de las comunidades afectadas por las mismas.
En Palomares no se produjo una detonación de esas armas que cayeron por accidente y que hubieran borrado del mapa a buena parte del territorio pero el legado nuclear sigue presente. Mientras haya armas nucleares existirá el riesgo de que sean usadas o de que se produzcan accidentes como el de Palomares.
El TPAN es una respuesta a las múltiples historias de injusticia que provoca la existencia de este tipo de armamento. También la de Palomares. La única garantía de no repetición es la completa eliminación de las armas nucleares. Por eso, la adhesión de España al TPAN es también una deuda pendiente de nuestro país con la población de esta pequeña pedanía almeriense 58 años después de aquella mañana de enero.