Bombardear un hogar hasta hacerlo pedazos no es el camino hacia un mundo más ecológico y pacífico. Sin embargo, ahora mismo hay 3.844 ojivas nucleares desplegadas en misiles y aviones por todo el mundo. Es decir, diez cabezas por cada día del año. Dos mil de ellas están listas para su lanzamiento inmediato y, por si fuera poco, otras diez mil están apiladas en depósitos militares a la espera de ser utilizadas. La mayoría de las cabezas nucleares modernas son al menos cinco veces más potentes que las lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki. Mi ciudad natal, Copenhague, está dentro del alcance de muchos de estos misiles, como la mayoría del resto de lugares. El número de víctimas sería sobrecogedor.
Los misiles que más preocupan proceden de Rusia, que ha empezado a desplegar cabezas nucleares tácticas un paso más cerca de Europa, en Bielorrusia, su estrecho aliado militar gobernado por el “último dictador de Europa“. Esto es especialmente alarmante ya que es la primera vez desde la caída de la Unión Soviética en 1991 que este tipo de armas se trasladan fuera de Rusia. Dicha situación ha llevado al responsable de Desarme de Naciones Unidas a advertir de que la amenaza del uso de armas nucleares es mayor que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría.
El Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI, por sus siglas en inglés) también se hace eco de esta inquietud. Al publicar hace unos días su informe anual sobre el estado de la seguridad internacional, este centro independiente declaró: “Nos adentramos en uno de los periodos más peligrosos de la historia de la humanidad”. Su investigación muestra que los nueve Estados con armamento nuclear -Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) e Israel- siguen aumentando y modernizando sus arsenales. Según la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés), los nueve gastaron 157.664 dólares por minuto en armas nucleares en 2022. Eso supone un total de 82.900 millones de dólares. En general, el gasto militar en su conjunto experimentó un gran aumento en todo el mundo, alcanzando un nuevo máximo de 2,24 billones de dólares. Esto es más de veinte veces el objetivo anual de financiación acordado en Cumbre del Clima de la ONU de Copenhague en 2009, que nunca se ha cumplido. ¿Qué ha impulsado este aumento del gasto militar? En gran medida, la invasión a gran escala de Ucrania por parte de Rusia.
Si bien las repercusiones de la guerra de Rusia en Ucrania son profundas, trágicas y de largo alcance, no es la única crisis importante que está teniendo lugar. En 2022 se produjo el más pronunciado aumento en el número de desplazamientos forzados de población a causa de crisis sociales y climáticas en todo el mundo. A mediados de 2022, se calculaba que 1 de cada 77 personas -108,4 millones- había tenido que huir de su hogar, más del doble que hace una década. Según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), se trata del mayor número de desplazamientos forzosos jamás registrado. Muchas de esas personas están o proceden de Ucrania, Siria, Afganistán y Sudán. Pero el conflicto armado no es la única causa. Los desastres climáticos provocaron 32,6 millones de desplazamientos internos el año pasado.
Frente a tanto sufrimiento e injusticia, como de costumbre, hay quienes quieren beneficiarse a cualquier precio. La venta de armas ha aumentado un 50%, dejando a los fabricantes con unos florecientes balances contables. Pero no son los únicos buitres. Las grandes petroleras siguen obteniendo unos beneficios a costa de la guerra sin precedentes, las últimas cifras superan los 200.000 millones de dólares. A este brutal botín hay que añadir que, a pesar de sus promesas y compromisos de transición a las energías renovables, los gobiernos están duplicando el gasto en subvenciones a los combustibles fósiles y aprobando nuevos proyectos de petróleo y gas. Y, como exponen los informes Unearthed y Lighthouse de Greenpeace, en el contexto de una crisis alimentaria mundial que está empujando a la hambruna a millones de personas, los diez principales fondos de inversión de alto riesgo del mundo obtuvieron unos beneficios estimados de 1.900 millones de dólares procedentes del aumento del precio de los alimentos provocado por la invasión rusa de Ucrania.
Abundan las soluciones globales a problemas que carecen de fronteras, pero demasiados líderes políticos y empresariales apuestan por sucios beneficios y el odio por encima de la paz, la prosperidad y, honestamente, el futuro del planeta. Nos encontramos en una coyuntura crítica en la que deberíamos centrarnos en reforzar el multilateralismo por la paz y el clima, en lugar de promover falsas soluciones y el afán de lucro. El aumento de las armas nucleares no hace que nuestro mundo sea más seguro y no puede abordar los retos actuales, sino todo lo contrario. El Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) hizo historia al declarar ilegales las armas nucleares en virtud del derecho internacional, pero los Estados con armamento nuclear no sólo no lo han ratificado, sino que están disuadiendo a otros países de hacerlo.
En lugar de esta carrera por gastar a lo grande en destrucción, se podría y se debería dedicar más tiempo y recursos a abordar las causas profundas de nuestras interconectadas crisis medioambientales y sociales. El cambio climático está transformando nuestra forma de entender la seguridad. Reforzar los arsenales es una locura frente a una realidad de crecientes disrupciones económicas, inundaciones, enfermedades, hambrunas, sequías y malas cosechas, migraciones y mayor competencia por los alimentos, el agua y la energía en regiones donde los recursos ya están al límite. El enfoque más inteligente sería que los actuales mandamases del poder se centraran en las causas profundas del descontento actual, así como la diplomacia y el desarrollo sostenible, en lugar de complacer a belicistas y capitalistas del desastre.